FRÉDÉRICK LEBOYER LLAMÓ SHANTALA AL ARTE TRADICIONAL DE MASAJEAR A LOS BEBÉS, UNA TÉCNICA QUE DESCUBRIÓ A TRAVÉS DE LAS MANOS DE UNA MADRE QUE -SENTADA EN EL SUELO DE LAS CALLES DE CALCUTA- ACARICIABA LA PIEL DE SU HIJO RECIÉN NACIDO, TUMBADO DESNUDO SOBRE SU REGAZO. A ELLA, A SHANTALA, LE DEDICA SU LIBRO EL AUTOR, Y A TRAVÉS DE ELLA, A INDIA, SU SEGUNDA MADRE Y DE LA QUE TANTO APRENDIÓ
La vida empieza en el vientre materno. Durante el embarazo soñamos con ver a nuestro hijo, tocarle, besarle, fundirnos en un abrazo infinito, piel con piel; y eso es exactamente lo que nuestro bebé necesita cuando nace: ser acariciado, besado y alimentado por nosotras. Se trata de un deseo mutuo. Empieza entonces lo que se ha denominado como exterogestación, un período en la vida de nuestro bebé en el que todavía precisa los mismos cuidados que hasta ahora le había brindado nuestro cuerpo, cuando todavía éramos uno.
Tras dar a luz, ni él -y personalmente creo que tampoco nosotras- estamos preparados para afrontar una vida independiente. Nuestro hijo necesita el calor de nuestros brazos y nosotras el calor de su piel, para compensar -ambos- la repentina sensación de vacío que acabamos de experimentar, física, pero también psicológica (aunque raras veces se hable de ello).
Más de una madre ha sentido la necesidad de lamer la piel de su hijo nada más nacer, como les sucede al resto de mamíferas de otras especies ¿Por qué la nuestra iba a ser diferente?
Durante las primeras seis semanas de mi pequeña, fui incapaz de separarme de ella. Sé que nos necesitábamos la una a la otra. El parto no fue fácil pero el contacto piel con piel nada más nacer y el exitoso inicio de la lactancia tras un agarre espontáneo, transcurridos apenas 40 minutos, nos allanaron el camino hacia una pronta recuperación.
Regresando al período de exterogestación o gestación extrauterina, nuestro cometido es el de proteger y proveer a nuestro bebé de cuanto necesite para favorecer su desarrollo; y no me refiero solo a la leche. Nuestro hijo necesita de una alimentación biológica, la lactancia, y una nutrición psicológica, rica en vitamina B y C (brazos y caricias). La piel es el primero de los sentidos y se nutre con amor, no con cremas. Aquí es donde me gustaría hablarte de Shantala, nombre con el que el obstetra francés, Frédérick Leboyer, bautizó al arte tradicional de masajear a los bebés.
Su libro es una obra de arte; la belleza con la que escribe y describe la experiencia de alimentar la piel de nuestros hijos es auténtica poesía: “Para ayudar a un bebé a cruzar el desierto de los primeros meses de vida, para que deje de padecer la angustia de sentirse aislado, perdido, hay que hablarle a su espalda, hay que hablarle a su piel, que tienen tanta sed y hambre como su vientre. Los bebés necesitan leche, sí. Pero aún más ser amados y recibir caricias”.
Frédérick Leboyer descubrió la tradición popular hindú de masajear a los bebés durante un viaje personal a India. Fue a través de las manos de Shantala, una madre que, con destreza, sensibilidad y sabiduría, acariciaba a su hijo recién nacido sentada en el suelo de las calles de Calcuta. A ella le dedicó el autor el título de su obra maestra; un libro que narra paso a paso los secretos de la técnica para poner en práctica desde el mismo momento del nacimiento de tu bebé y de la que nunca dejarás de aprender. “El masaje es un arte tan antiguo como profundo. Sencillo pero difícil. Difícil por sencillo. Como todo lo que es profundo. En todo arte hay una técnica. Que hay que aprender y dominar. El arte no surgirá sino después […]” narra el autor.
El viaje que nos regala a través de Shantala es pura magia… ¿Qué necesitamos para ponerla en práctica? Calor y amor. Son muchas las recomendaciones que da el autor en su libro, desde la posición del bebé, hasta la temperatura de la habitación, el tipo de aceite que debemos utilizar, la posición de la madre, la hora del día, y qué hacer antes y después…
Nuestro hijo debe permanecer completamente desnudo sobre nuestro regazo y cuanta menos ropa llevemos nosotras, mejor; templaremos el aceite con las manos (yo utilizo el de coco); a lo largo de todo el masaje le hablaremos a su piel, pero no con palabras, le hablaremos con los ojos, con las manos, con el alma.
La técnica consiste en movimientos lentos, firmes y suaves que empiezan en el pecho y continúan en los brazos, las manos, el vientre, las piernas, la espalda… Un libro que merece muchísimo la pena leer.
“Cada sentido nos cuenta el mundo. Su mundo. Y la mezcla cuaja. Cada sentido desplaza las fronteras un poco más lejos, haciendo el universo más vasto, más variado y más rico. Pero tocar… es por ahí donde, simplemente, todo empezó […] Cogerlos en brazos, acunarlos, acariciarlos, cuidarlos, masajearlos, el alimentar a los pequeños. Y ese alimento resulta tan indispensable, o más, que las vitaminas, las sales mineras y las proteínas. Si está privado de todo esto y del olor, del calor y de la voz que tan bien conoce, el bebé, incluso saciado de leche, se dejará morir de hambre”.
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